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lunes, 5 de junio de 2006

9865

Otro día empezaba y hacía fío. Mucho frío. Se quedó cinco minutos en la cama mirando la ventana. Le gustaba dejar las cortinas abiertas para sentir el calor de los primeros rayos a la mañana, y a ella no le molestaba. Pero hoy estaba nublado. Cerró los ojos ese segundo más que a la mañana es necesario y se levantó de un salto antes de quedarse dormido. Un día más, entre los 9865 días que ya había vivido.

¿En serio nueve mil ochocientos sesenta y cinco? ¿Cómo puede ser que hayan pasados tantos días? Llegó al baño caminando descalzo y se miró en el espejo. Acercó la cara y se miró de cerca su ojo derecho. Más de cerca, y se acordó del primer día de escuela. El guardapolvos blanco, reluciente. Su madre acariciándole la cabeza antes de formar parte del primer grado B de la escuela del barrio. Ese día conoció a Ernesto, su gran amigo de la infancia. ¿Tenés la figurita del Hombre Araña? Te la cambio por la de Linterna Verde. De ahí en más, una amistad eterna. La maestra los había recibido en un aula limpísima, con un cartel de colores en el pizarrón negro que ocupaba toda la pared.

Se acordó también de María, esa rubiecita que en tercer grado le dio un beso detrás de la tercer columna del patio rojo. Ese amor era verdadero, fresco, puro. Se dieron la mano todo el recreo mientras Julia lloraba en la otra punta al verlos felices. Y pensar que a fin de año no iba a volver a ver nunca más a María, recuerdo que ahora, mientras se peinaba, revivía muy presente.

El colegio primario terminó un verano de mucho calor. Y en esas vacaciones se fue con Ernesto a Mar del Plata, a la casa de sus padres. Todavía recordaba esas vacaciones como una de las más lindas y disfrutadas de su vida. No conocía la playa, el mar, quedarse viendo el amanecer con un mate en la mano. Se sintió grande ese verano. Y se sintió viejo en el baño de su casa.

Todo avanzaba muy rápido ahora. La historia de Clara, su mujer, cuando la conoció en cuarto año en el bachiller; la muerte de su padre una semana después de recibirse de arquitecto. Su casamiento, con Ernesto como testigo, y la noticia de hacía tres días: su primer hijo. Todo eso eran sus casi diez mil días. Todo eso de lo que recordó solo el principio lo construía cada mañana, día sobre día, uno entre tantos. Volvió, ya vestido, a despedirse de su mujer y su hijo con un beso como todas las mañanas, una mañana más, de un día más.

viernes, 2 de junio de 2006

Problemita

Ayer estaba hablando con un amigo que vive en Buenos Aires. Hacía mucho que no lo llamaba y me hice un tiempo para charlar con él. Le pregunté primero por la familia, después por amigos en común y por último por la chica con la que estaba de novio la última vez que habíamos hablado. Hubo un silencio y pensé que se había cortado la comunicación. Después del hola hola reiterado me dijo casi con la voz cortada que había tenido un pequeño problemita en un cine.

Era un viernes a la noche y decidió invitar a su novia a ver un estreno. Una película romántica, de la cual no se acordaba el nombre. Llegaron al cine en auto, hablaron en el viaje de cosas intrascendentes, o que al él no le resultaron llamativas. Lo malo de que no recuerde esta charla es que no puede vinculársela con el hecho posterior. Entraron al vestíbulo del cine y sacaron las entradas, se ubicaron en las butacas más centrales que encontraron y empezó la función.

La película no era muy interesante, por lo menos para él. Habían pasado unos 25 minutos y empezó a sentir ganas de ir al baño. Aguanto un rato más, pensó, pero no hubo caso. Susurró al oído de su novia y salió por el pasillo derecho hasta alcanzar la salida. Unos seis minutos después volvió a entrar, recorrió el pasillo, pasó por delante de dos personas tratando de molestar lo menos posible y se sentó.

Se le estaba haciendo larga la película. Podría haber elegido cualquier otra y no se habría dado cuenta de la diferencia, así que trató te pasarla lo mejor posible en el cine. Abrazó a su novia, que le sonrió y le dio un beso. Una hora más estuvieron abrazados hasta que los títulos finales cruzaron la pantalla y las luces se encendieron.

¿Te gustó la película? Preguntó ella. No tanto, creo que era un poco lenta y la verdad no me pareció bueno el argumento, respondió. Sonrieron y salieron, esta vez juntos, por el pasillo. Habían caminado alrededor de tres metros cuando se dio cuenta. Su novia había venido con una pollera escocesa muy linda, y ahora tenía pantalones. ¿Cómo podía ser? No se podía haber cambiado dentro del cine, y menos haber salido y haberse cambiado afuera. Siguió caminando, rascándose la cabeza mientras se convencía de que, evidentemente, no le había prestado mucha atención a su novia y había estado vestida con pantalones toda la noche.

Ahora que miraba bien la camisa tampoco le parecía muy conocida. Y el colmo fueron los lentes. ¡Si nunca usó anteojos! Y ahí entendió: esa chica no era su novia. No era con la que había entrado al cine un par de horas antes. Se habría confundido de fila al volver al cine en medio de la oscuridad, o había memorizado mal el número. ¿Se habría confundido completamente de sala al volver del baño? Decenas de preguntas tenía en la cabeza mientras caminaba al lado de una señorita a la cual la situación no parecía llamarle mucho la atención. Mientras me contaba esto mi amigo confesó estar poniéndose colorado.

Salieron a la calle y entraron a un bar cruzando la calle. Eligieron una mesa cerca de la ventana y se miraron a los ojos. ¿Cómo podía ser que ella no se diera cuenta? ¿Había venido al cine sola o acompañada? ¿Sería esta una situación romántica que había soñado siempre? Y su novia verdadera se le cruzó por la cabeza. ¡Seguro estaba en el vestíbulo del cine, o en la sala buscándolo! Tenía que decir algo enseguida, cualquier demora sólo le iba a causar un embarazo mayor ante, ante, pero si no sabía ni el nombre.
Sacó un cigarrillo para pensar la mejor forma de decir una de las frases más absurdas de su vida. Algo así como: mirá, te pido disculpas, pero no vine con vos al cine, es más no te conozco y mi novia debe estar ahí en frente buscándome, perdón. No llegó ni a encender un fósforo. Miró por la ventana aguzando la vista y la vió. Sí, era ella, su novia. Salía del cine, ¡acompañada! No podía creerlo, pero sí, era ella con otro hombre. Se quedó con el fósforo a medio camino, el cigarrillo en la boca y tardó más de un minuto en poder volver a moverse. Se puso de pie y salió a la calle sin decir una palabra. Caminó apurado hacia su novia, le iba a preguntar qué hacía con otro hombre, pero atrás de él salió caminando su compañera ocasional sin entender absolutamente nada.

La escena fue muy curiosa. Mi amigo vio como su novia entraba a un auto totalmente diferente al de él con otro hombre. Sonreía mientras el desconocido le abría la puerta y hasta le dio un beso.

Hay momentos en los que un segundo marca una línea en el tiempo. Hacer algo antes de esa línea conlleva salvar una situación ridícula y evitable, pero no hacer nada nos envuelve en una realidad muy extraña. Mi amigo paralizó. Se quedó como atragantado con lo que estaba pasando. Miró al frente, su novia con otro hombre en otro auto. Miró atrás, una chica que lo miraba sin comprender mientras un mozo salía a la vereda a reclamar un café ya encargado.

Con la cabeza casi metida entre los hombros mi amigo me contó que había pasado más de tres meses de esta situación, que la chica se llama Fernanda y que, por cierto, es su novia actual. También me contó que estaba bastante contento, aunque todavía un poco perplejo. Nunca entendió cómo no dijo lo que tuvo que decir en el momento en el que lo tuvo que decir. Fue por vergüenza, confesó. Sobre todo al ver que su novia caminó esos metros al lado de un desconocido, totalmente sonriente.

Antes de cortar me dijo que de lo que estaba seguro era que la próxima vez que fuese al cine iba a ir al baño antes de entrar a ver la película.