Tener el pasaje en la bandeja de entrada (ya que las viejas épocas del papel son bastante lejanas) en general suele llenar de calor el pecho. Y esta vez no es una excepción: el calor se siente, bastante. Aunque es raro, va a ser mucho tiempo. Van a ser más de cuatro meses.
Voy a estar compartiendo más que los tradicionales mates. Y, espero, no van a ser igual que siempre. Las siluetas y los aromas, los gustos y los ojos, serán distintos. El sentir me acompañará renovado y seré yo en mi lugar. De una buena vez.
Ya me estoy imaginando algunas charlas (aunque en el fondo creo que es siempre la misma). Anhelo ese mimo postergado, qué le voy a hacer. La añoranza disfraza lo que no queremos ver y lo esconde. Lo aleja de nuestros dedos, de nuestro alcance voraz y calculador. Y lo deja bien guardado hasta que la realidad nos lo lance por las narices.
No creo, estoy seguro de eso, que esta llegada le cambie la vida a alguien más que a mí. Y ya me la empezó a cambiar hace un tiempo, no mucho, pero bien definido. Y hoy estoy acá, a la deriva, con el corazón y la cabeza a varios kilómetros. El antiguo problema de las distancias irremediables.
El mundo es muy chico a veces. Hoy no.
Y sí, las primeras siempre salen mal.
