Imaginate esta situación. Un hombre de traje está en la calle. Muy bien peinado, corbata bordó y lentes que le dan un marco intelectual. Micrófono en mano espera a que su entrevistado casual salga de su casa, o del café.
Sin darle un segundo de respiro le dice: “Buenos días, estamos en vivo, queríamos saber qué opina acerca del nuevo método que se está estudiando para extraer petróleo”. Silencio. La cámara hace un primer plano del entrevistado, y si pudiésemos detener el tiempo descubriríamos la cara de pánico de ese pobre hombre. Algo tiene que decir, alguna frase, no puede quedar como un ignorante al que no le importan los problemas ambientales o económicos. Elabora rudimentariamente un comentario que quede bien y luego de toser para ganar tiempo responde: “creo que todo nuevo estudio que permita proteger al planeta está bien”. Alivio, ambos sonríen. El entrevistador mira la cámara y después de repetir la escueta declaración del tipo que se va caminando por la peatonal, da el pase al estudio.
Ahora bien, esta situación, más o menos parecida, más o menos diferente, la vemos todos los días en la tele, o la escuchamos en la radio. Y me pregunto, sin ánimos de ofender, ¿quién cornos es este tipo para opinar acerca de la viabilidad o no de los nuevos métodos para extraer petróleo? Seguramente pocas veces en su vida vio una planta de petróleo moderna, y las posibilidades de que conozca mínimamente lo que es un polímero son cuasi nulas. Incluso no tiene idea de si el método de la pregunta era perjudicial o benéfico en lo que a medio ambiente se refiere. Y me sigo preguntando, ¿por qué cornos el tipo no sonrió a la cámara y dijo, simplemente, no sé? Me respondo, muy triste, que nos da miedo decir que no sabemos de algún tema. Me ha pasado, y como el buen hombre e intentado caer parado aún desconociendo en su totalidad el tema del que se estaba hablando. Así nos sentimos casi siempre, desnudos ante una pregunta que no sabemos responder.
Y del otro lado están ellos, los que preguntan, en su mayoría grandes medios de comunicación. Que por falta de tiempo, de ganas o de seriedad (o las tres cosas juntas) deciden preguntarle a la masa lo que está bien y lo que está mal. Qué tendría que haber hecho tal juez, o qué medida económica es la mejor, o si está bien que un tipo como Patti ocupe una banca como diputado. La falta de seriedad en las preguntas es increíble. Pero no es lo más increíble. Lo más increíble es que ¡contestamos! No decimos, mire, la verdad es que no podría opinar sobre el tema porque no me siento capacitado, o no es el área a la que me dedico, o simplemente, no se, o incluso, no me importa.
Y se sacan conclusiones globales, enormes. Y la gente se moviliza, y todos opinan y todos discuten. Las mesas del café de la esquina se llenan de palabras tensas, en las que el mozo se pelea con un cliente cuando se entera que este está a favor de la instalación de las papeleras. El mozo le dice que debería ser uruguayo y le deja el café en la mesa mientras vuelve al mostrador resongando. Y el tipo mira al amigo, y guiñando el ojo derecho le dice bajito, “este no sabe nada”. Somos así. Sabemos un poco de todo y mucho de nada. Y no es que no nos avergüence saber, lo que nos revienta, es no poder opinar.