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domingo, 21 de mayo de 2006

Nueve minutos

Él salió de su casa a las ocho y tres minutos de la mañana. “Mierda, tres minutos tarde”, pensó.

Ella salió a las siete y cincuenta y seis minutos de la mañana. “Buenos días”, la saludó el portero cuando pisó la vereda.

Él corrió cuando escuchó que el tren estaba llegando, hoy, un minuto antes. Se le salió un zapato por el camino y tuvo que volver unos metros. El portafolios le pesaba mucho, como todas las mañanas.

Ella se acomodó la pollera cuando el viento sopló del sur. Se imaginó una vez más al hombre de su vida. Lo había soñado mil veces. Un sueño, no más que eso. Se tomó veinte segundos para sacar un chicle de la cartera.

Él bufó y se juró que iba a empezar a ahorrar de una vez por todas para comprar un auto. No quería viajar más en tren. Demasiada gente toda junta, en el mismo lugar y en el mismo momento. Respiró hondo cuando la puerta se abrió treinta y cinco segundos en una de las estaciones intermedias.

Ella se sentó en el último asiento de uno del 143. Sacó el espejito y se retocó el maquillaje mientras oía quejarse al chofer. No entendió contra qué ni contra quién. Dieciocho segundos seguidos de “por qué justo a mí”. Cerró la ventanilla para no despeinarse y sacó un libro.

Él miró el reloj y supo que iba a llegar tarde al trabajo una vez más. Se acomodó la corbata al pararse frente a la puerta. La miró cuarenta y ocho segundos antes de que se abriese. Le clavó una mirada fulminante al tipo que prendió el pucho sin esperar estar en el andén.

Ella cerró el libro y tocó el timbre. Le encantó el capítulo que leyó. Sabía que ella también podía encontrar a su príncipe azul caminando por la calle. Se lo imaginó llegando en tren desde el sur cuando vió la estación. Diecisiete segundos después la puerta se abrió.

Él buscó el boleto antes de pasar el puesto de diarios y no lo encontró. Tardó tres minutos en convencer al guarda que lo tenía cuando subió al tren. Puteó después de pagar la multa y volvió a mirar el reloj.

Ella compró Página12 en el kiosko de Brasil. Se acomodó de nuevo la pollera y empezó a caminar. Pisó una baldosa floja. Puteó en voz baja y siguió caminando.

Él salió a la vereda de Brasil cuando Ella dobló la esquina. Miró el cielo y supo que iba a llover. Cruzó la calle y compró Clarin. Pisó la misma baldosa floja nueve minutos después.

Ella miró el reloj antes de entrar a la oficina. Nueve minutos antes, como siempre.

Él miró el reloj antes de entrar a la oficina. Nueve minutos tarde, como siempre.

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