rss
email
twitter
facebook

sábado, 11 de noviembre de 2006

¿Caminamos hacia adelante?

Sentémonos un rato. Paremos la pelota unos minutos y seamos un poquito más objetivos y, si es podible, deshagámonos de algunas estructuras que naturalizamos. Miremos al tipo ese que pasa caminando. Ese mejor no, ese otro de ahí, el de saco azul. Ese mismo. Observemos cómo camina: con alguna preocupación en la frente y del brazo izquierdo el maletín que revalsa de sus actividades diarias. ¿A dónde va? O mejor aún: ¿de dónde viene? ¿Será verdad que caminamos hacia adelante?

Una cláusula tan simple en el contrato que firmamos antes de nacer, como la de que vamos a caminar hacia adelante, me parece un poco engañosa. Es tan obvio que preguntárselo muchas veces es una pérdida de tiempo y energía. ¿Qué necesitaremos más, el tiempo o la energía? Y es tan básico que todos responderíamos igual a la pregunta ¿hacia dónde caminamos?: hacia adelante.

Ayer tenía tiempo y energía suficiente como para intentar ver si siempre era cierto esto, así que empecé a caminar para otro lado.

Primer opción, por oposición, caminé para atrás. Los inconvenientes no fueron pocos. El pie parece que fue hecho para ir sólo en un sentido, es realmente incómoda la tarea de pisar primero con los dedos para luego apoyar la planta y por último el talón. La rodillo me jugó una mala pasada también, la imposibilidad de fleccionarla de otra forma es tajante. Y lo peor era la vista. No se puede ver para atrás. Apenas algo si giramos hacia los lados la cabeza, lo cual me provocó una tortícolis que duró un buen rato. Anoté entonces que caminar hacia atrás tenía altos inconvenientes físicos.

Segunda opción, caminé lateralmente. El tema de la visión estaba solucionado, eso me entusiasmó. No era la posición más cómoda para la cabeza, pero tampoco era imposible como caminando hacia atrás. Pero las piernas me llevaron la contra en este intento. Encontré dos formas de avanzar hacia los lados: cruzando una pierna por delante y detrás -respectivamente en cada caso- de su compañera con una mínima flección de la rodilla, o bien desplazando la pierna que se encontraba para el lado que quería avanzar y llevando posteriormente la otra hasta el lugar en que se había desplazado aquella. Ambas formas muy incómodas.

En este punto había experimentado ya las posibilidades básicas de movimientos sobre el plano horizontal. Quedaban, es cierto, las diagonales; resultantes de la suma de las cuatro direcciones básicas. Pero inevitablemente los problemas ser reiterarían y acumularían. El sólo hecho de pensar en caminar sin casi poder ver y cruzando las piernas me bastó para nisiquiera intentarlo.

A simple vista los resultados eran concluyentes: sólo se puede caminar hacia adelante. Pero revisando un poquito mis observaciones me hice otra pregunta. ¿Por qué lo que para mí es adelante tiene que ser absoluto? ¿Hay un adelante que va más allá de nosotros mismos? Y en este caso: ¿que caminemos hacia nuestro adelante implica que estemos avanzando? Primera respuesta: claro que no.

Y así empezó la segunda etapa del debate que estaba teniendo conmigo mismo. ¿Es necesario caminar para avanzar? ¿Siempre que caminamos estamos yendo hacia adelante?

Definitivamente vivimos con la idea de que por el sólo hecho de estar en movimiento estamos avanzando, y particularmente no me gusta para nada. Esa necesidad globalizada de que hay que producir todo el tiempo, que es más importante aquel que más hace y que nos retribuirán de acuerdo a la cantidad de cosas que entreguemos. ¿Dónde está el sentido artístico y hasta humano en estas apreciaciones?

Personalmente prefiero hacer menos, mucho menos, pero mejor. Dedicarme el tiempo y espacio que necesito cuando lo necesito para hacer lo que necesito. Y es ahí cuando en general me quedo contento con lo que hago, porque siento que estoy yendo realmente hacia adelante y no caminando torpemente con la idea grabada en la frente de que hay que hacer. Y no estoy hablando de no cumplir con las obligaciones que uno tiene ni nada por el estilo, sino de saber usar el tiempo que tenemos disponibles, y recordar constantemente que no es infinito.

Antes de que nos paremos te propongo que volvamos a mirar al tipo ese de saco azul que estábamos mirando al principio. Ojalá sepa lo que está haciendo, hacia dónde está yendo. No sea cosa de que cuando llegue haya preferido no haber salido de donde estaba.

sábado, 4 de noviembre de 2006

Antes de volver

Hace un tiempito -más valdría decir tiempaso, si es que al tiempo le caben los aumentativos- que volví de Argentina. Volví a la casa que es nuestra desde hace ya cinco años. Claro que nuestra en el sentido figurado solamente, lejos estamos de tener una casa acá.Ya antes de volver los días no fueron para nada tranquilos, las palabras “decidir”, “elegir”, “último año” y varias otras venían ocupando un lugar enorme. Y de la vuelta a Suiza pasamos a la vuelta a Argentina en mucho menos tiempo de lo que se tarda con los eternos vuelos de TAM. De a poco me fui dando cuenta que nos volvemos con 6 años de lluvias y mates a contramano encima. Y se me ocurrió hacer un balance rápido de un par de cosas.

Nunca es buena idea hacer un balance a la ligera. Según la RAE, un balance puede ser tanto un movimiento que hace un cuerpo, inclinándose ya a un lado, ya a otro como un estudio comparativo de las circunstancias de una situación, o de los factores que intervienen en un proceso, para tratar de prever su evolución, entre otras cosas. Y exactamente es una mezcla de estas dos acepciones lo que me pasó cuando hice mi primer intento. Evalué las circunstancias de la situación y los factores que intervenían muy rápido y acto seguido mi cabeza empezó a inclinarse a un lado y no pude centrarla nuevamente.

El balance se basa en ver hasta qué punto en estos 6 años -de los cuales ya pasaron 5- aproveché haber estado acá. Es cierto que el principal objetivo de esta inversión de tiempo es capacitación, y en este punto los años fueron muy bien aprovechados. Pero no menos iportante es la vida que hay fuera del estudio, por lo menos para mí. Y por eso pensé que el balance iba a ser mucho más sencillo y en consecuencia más rápido.

Empecé entonces por ver cuánto había hecho que no tuviese que ver con el estudio, por ejemplo, conocer otros lugares. Tuve mucha suerte, es cierto. Conocí lugares que no tenía pensado, y todas fueron experiencias inolvidables. No viajé poco y cuando hice la cuenta me puse muy contento. Error! Pensé un poco más y ví que quería conocer un montón de otros lugares, y si había podido hacer x cantidad de viajes en cinco años, hacer x.2 en un sólo año iba a ser imposible.

No me puse mal, le busqué el lado positivo, y no es poco haber viajado y visitado lugares tan lindos. Así que medio a regañadientes salvé el primer punto y seguí adelante con la esperanza de que volver a Argentina me iba a facilitar acercarme a latitudes diferentes y no menos interesantes.

Seguí con Suiza mismo. Y acá me acordé de mi viejo. Más de una vez me dijo “Leo, estando en Suiza tendrías que ir a una fábrica de chocolates, y a una relojería, no?”. Sacando los quesos digamos que es lo más representativo de estos lares, así que tiene razón. Pero resulta que pasaron cinco años y nunca fui ni a una fábrica de chocolates ni a una relojería. Esto sí lo anoté en la libretita de cuentas pendientes, aunque no sé nisiquiera dónde buscar las direcciones.

El viaje en tren seguía y me dije que cinco años no era tanto, que demasiado había podido hacer en este tiempo. Después de todo cinco años son... Y ahí me dí cuenta: es mucho tiempo. Rápido busqué un poco más profundo, y encontré otras cosas más que importantes que me habían pasado en estos años. Sin ir más lejos mi mujer, que antes era mi novia y ya cambió de estado. Aunque ahora que lo pienso eso no fue acá. Tenemos algo tan importante como una casa, pero tampoco es acá. Y llegué a la conclusión que casi todo lo realmente importante que no tuviese que ver con el estudio no pasó en Suiza.

Y no tuve más remedio que aceptar que el problema es que no estoy ligado emocionalmente con este país. No puedo decir nada en contra, obviamente, pero nada que salga de lo más profundo de mi estómago tiene la banderita con la cruz. No sé si está bien o está mal este desapego emocional hacia un país en el cual estoy viviendo años y momentos más que significativos, pero no lo puedo evitar. Me duermo muchas veces escuchando a Dolina, escucho Radio Mitre y Rock&Pop durante el día y empiezo la mañana con mates y leyendo el Clarín por internet.

Peor aún, no tengo mucha idea de lo que pasa políticamente hablando en el país, cosa que incomoda mucho cuando estando en Buenos Aires alguien me pregunta algo como “¿Y qué tipo de gobierno tienen en un país como Suiza para que todo funcione como funciona?”. Tarde o temprano tengo que asumir en la conversación que básicamente no tengo más que una pobre y vaga idea. Ahora, eso sí, sé que en Suiza el 20% de la población somos extranjeros, una receta un poco extraña que nos mezcla con Turcos, Indios, Alemanes, Franceses, Italianos, orientales de todos los amarillos posibles y varios latinoamericanos.

Estamos todos acá, nos vemos y hasta interactuamos. Pero yo hace un tiempo que vivo allá, y ahora me está empezando a hacer cosquillas la panza. Me daría pena pensar que no aproveché tanto como como hubiese podido. Y mientras el tren sigue y es increíble cómo no se escucha nada de ruido, vuelvo a ver las montañas como cuando llegué, con una mezcla rara de curiosidad y encanto. Voy a tratar de ver un poco más allá de mis sentimientos.

La conclusión es siempre la misma. No hay peor cosa que estar en un lugar queriendo estar en otro.