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martes, 30 de mayo de 2006

Allá

El aire vibró en silencio en el ínfimo instante antes de que la muerte ocupara el lugar que no le correspondía. Cientos de vidas ya no eran, y las lágrimas invadieron sus ojos al leer la noticia a miles de kilómetros; en otro continente, casi en otro planeta.

Una pena interna la acompañó toda la mañana mientras viajaba a su oficina y sintió que podía hacer algo, incluso a la distancia. Averiguó ese día acerca de esa guerra, de sus orígenes y justificativos estúpidos. Buscó y rebuscó en sitios de noticias y por fin encontró una página que permitía ayudar de distintas formas a las víctimas desde donde fuere. Comida, abrigo, cualquier tipo de ayuda era posible. Se sintió aliviada, aunque no mucho. Pensó que en algún otro lugar distante quizás la gente pasaba hambre y se angustió.

Estaba en el trabajo y su cabeza voló otros miles de kilómetros. Viajó en otras direcciones y se vio ayudando a gente que no conocía y que nunca iba a poder conocer. Cada cara era distinta, y no se pudo sacar de la cabeza esa idea de poder ayudar. Se sirvió café y volvió a su escritorio. Decidió anotar su tarjeta de crédito en un débito automático, era una asociación internacional de ayuda humanitaria. Cuando el click del mouse confirmó su participación cerró los ojos y vio muchas sonrisas que le agradecieron, y brindó en silencio con ella misma por esa mano ofrecida, y sintió la satisfacción de haber ayudado.

Volvió a su casa viajando rodeada de gente, todos rostros desconocidos de personas que no se había presentado. Cientos, miles. Y entre todos ellos se sintió sola.

Aquella mañana, quizás justo cuando ella dejó el diario sobre la mesa, su vecina -de la cual no conocía ni siquiera el nombre- a pocos metros de su cocina, estaba dejándose morir en medio de su soledad.

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